*Director ejecutivo de Fundación Chile 21 y ex jefe de la división de seguridad pública del Ministerio del Interior.
La subestimaron. La consulta ciudadana de inicios de mes donde el 81% apoyó la continuidad del estado de emergencia y la presencia militar en La Araucanía movilizó 20 mil personas más que su segunda vuelta de gobernadores. Sectores de izquierda trataron de ningunearla, mientras otros de inflarla bajo argumentos ventajosos. Para estos últimos y bajo un diseño político, resultó funcional para lograr su aprobación en el Congreso. Fue una jugada maestra más, de un sector político que aplicando la matriz seguridad-orden ha abusado del miedo para llegar al poder e incluso gobernar. Pero no se votó por militarizar, sino que frente a la única opción que se dio, se votó para que, de una vez, se hiciera algo. ¿Se imaginan si consultas sesgadas y de opciones binarias como ésta se hicieran en los barrios tomados por el narco? Frente a la disyuntiva de acción versus inacción, es bastante probable que los resultados fuesen similares.
La Araucanía es el reflejo de nuestros fracasos. Explica en gran parte lo mal que se ha llevado la agenda de seguridad y cómo territorios particulares han tenido que asumir los costos cuando el Estado opta por profundizar la fuerza y el control mientras se niega a abordar problemas sociales, políticos y económicos con diálogo. Con la seguridad ciudadana la historia es similar. Tras décadas de incapacidades y omisiones por parte de la amplia izquierda, la derecha monopolizó la temática logrando manga ancha para instalar exitosamente, al menos en lo electoral, recetas de modelos de mano dura, populismo penal, más cárcel e incluso la militarización. Todo apelando al sentido común y la necesidad de respuestas inmediatas. El caos y la inseguridad, sin ser positivos para nadie, son funcionales a esta estrategia.
Bajo este contexto, estas elecciones presidenciales están marcadas por la seguridad como pocas veces antes. Lo más notorio ha sido el como la derecha continúa transformado el miedo en una punta de lanza bajo la conocida y probada matriz seguridad – orden. Sin complejos de acusar al mismo gobierno de su sector de fracasar en seguridad, durante la primera vuelta las campañas de Sebastián Sichel y José Antonio Kast propusieron medidas sacadas del manual latinoamericano de mano dura y populismo efectista. Todo bajo una movida electoralmente probada y que por décadas les viene rindiendo frutos en escenarios donde los miedos mutan. Pero la matriz fue también efectiva para Franco Parisi. Evidente fue en comunas como Colchane, Iquique, Panguipulli, Arauco y regiones como Arica, Tarapacá, Antofagasta y La Araucanía. Todos territorios donde la incertidumbre se forjó al alero del manejo ineficiente del orden público, la inmigración y el crecimiento del crimen organizado. En simple, justamente donde el Estado ha demostrado ser más ineficiente y donde con mayor claridad el mismo gobierno fracasó, su mismo sector sacó provecho. Ahí el peligro de este círculo vicioso.
Con la seguridad ciudadana la historia es similar. Tras décadas de incapacidades y omisiones por parte de la amplia izquierda, la derecha monopolizó la temática logrando manga ancha para instalar exitosamente, al menos en lo electoral, recetas de modelos de mano dura, populismo penal, más cárcel e incluso la militarización.
Si en algo tienen razón las candidaturas de derecha es que el gobierno fracasó. No hay dobles lecturas en que la seguridad fue la gran promesa electoral de Sebastián Piñera y se transformó en su gran fracaso. Nos matamos más que antes con índices de crecimiento de los homicidios escandalosos, la población está más armada que antes de forma legal como ilegal y los niveles de violencia que vemos a diario ya pasan en casos a ser parte del paisaje. De la mano con ello, las policías e instituciones dedicadas a la seguridad carecen de la legitimidad y credibilidad necesaria, mientras la ciudadanía progresivamente pierde la confianza. Un caldo de cultivo para el populismo de mano dura y las promesas que hoy crecen como columna vertebral de la propuesta de la derecha.
Caldo de cultivo que por décadas se viene formando. Desde ahí floreció la brutalidad policial, germinaron las zonas de sacrificio en seguridad, se multiplicó el capital humano a disposición del narco, la cárcel se transformó en una extensión de la pobreza, se multiplicaron las armas, se vigiló y persiguió a los más vulnerables y la guerra contra las drogas terminó siendo el triunfo del narcotráfico. La seguridad pública avanzó en grados de privatización, mientras que las policías y los recursos del Estado crecieron justo donde generaban menor valor social. Creció el miedo mientras se fabricaron una serie de trampas a las que la amplia izquierda cayó incluso convencida. La trampa de la condena a la violencia, que partió ambigua y amarilla, pero cuando fue firme, a la derecha simplemente no le convenció. Las trampas en el Congreso de la mano de Aula Segura, la Ley Anti Barricadas y cuanto invento efectista apoyado por la misma izquierda. Mientras tanto, y hasta las mismas elecciones parlamentarias de este fin de semana, cientos de candidatos pensaron que mencionando la seguridad y sus recetas para enfrentar al narcotráfico obtendrían triunfos. No les creyeron y la mayoría perdió. Porque el academicismo explicativo y el buenísmo negacionista pesó más en la historia reciente.
Quien logre conectar con el miedo y la incertidumbre para entregar certezas, ya sea desde la matriz populista para subyugar a la gente o en acciones concretas y responsables que garanticen recuperar el espacio perdido y garantizar paz, logrará la confianza del electorado. Lo que urge hoy son mensajes claros, creíbles, que logren clarificar que la continuidad de la derecha es la continuidad del fracaso en seguridad.
Derrotar a la derecha, su lógica populista, triunfar en diciembre y por sobre todo gobernar a contar de marzo, pasará en gran parte por la capacidad de abordar la seguridad de forma creíble. La ciudadanía requiere respuestas y está dispuesta a renovar confianzas. Pero quien logre conectar con el miedo y la incertidumbre para entregar certezas, ya sea desde la matriz populista para subyugar a la gente o en acciones concretas y responsables que garanticen recuperar el espacio perdido y garantizar paz, logrará la confianza del electorado. Lo que urge hoy son mensajes claros, creíbles, que logren clarificar que la continuidad de la derecha es la continuidad del fracaso en seguridad. Sobra evidencia para hacerlo. Es gravitante ganar credibilidad y evidenciar las diferencias.
El eje central tras desnudar este fracaso, es la desigualdad. Hablar de seguridad es hablar de desigualdad. Las diferencias en recursos, actividad delictual y respuestas son dramáticas entre comunas. Hay un imperativo político y una responsabilidad ética en juego. Esto debe ir acompañado de firmeza, sin ambigüedades y por sobre todo sustentado en un pacto que regenere credibilidad. Nada fácil. Pero de lo contrario, la inseguridad crecerá, el narco seguirá ganando terreno; la vigilancia, el control y el castigo continuarán focalizados en quienes menos tienen, perpetuando a la cárcel como extensión de la pobreza, particularmente castigando a mujeres, jóvenes y quienes menos tienen; avanzará la militarización y este círculo vicioso populista. No se trata de ganar la elección. Sino más bien de evitar ser espectadores y con las omisiones, incluso ser cómplices del populismo de mano dura. Se trata de proteger a las personas y su derecho a vivir seguros.